Sonaba
con insistencia el timbre de la puerta, Juan se levantó rápidamente, salió al
pasillo y la abrió. Ante él estaba un policía desencajado, tan nervioso que
apenas podía hablar y le dijo: “Señor…siento…decirle…que desde una ventana de
esta casa, hace un momento, se ha tirado una niña”. Si
le hubieran echado un cubo de agua helada encima no le habría causado tanta
impresión, se quedó como una estatua, sin poder decir nada.
Todo
había comenzado en esa tarde de sábado cuando un grupo de amigos celebraban el
cumpleaños de Juan, en su casa. Desde la infancia existía entre ellos un
compañerismo que desembocó en fuertes lazos de amistad, y sobrevivió a la
difícil etapa de la adolescencia, al olvido de la separación y al paso del
tiempo, que ha llegado hasta hoy reforzada desde que se incorporaron al grupo
esposas e hijos.
Los
chavales, de edades parecidas, compartían juegos y peleas en la habitación de
los pequeños anfitriones, las risas y voces se oían como música de fondo, tan
familiar para sus jóvenes padres, que inmersos en la agradable tertulia, de
pronto vieron como uno de los niños interrumpía gritando, con los ojos llenos
de lágrimas:
–– ¡Mamá! ¡Papá! ¡Verónica quiere ser pájaro! Al
ver que nadie se movía, gritó con más fuerza ¡Qué quiere ser pájaro!
–– ¡Pues que sea pájaro! A ti ¿Qué más te da?
No os peleéis por tonterías y dejad de molestar.
El
niño, la cara llena de sorpresa, con la boca abierta, dando saltos, se resistía
a salir de allí. El padre se le acercó, le acarició la cabeza para
tranquilizarle pensando que lo que tenía era una rabieta y con la mirada le
invitó a salir, después, se dio la vuelta e ignorándole continuó la
conversación con los amigos. No había
pasado mucho tiempo cuando en la habitación de los niños se empezó a oír una
gran algarabía, seguida de muchas carreras por el pasillo que se interrumpieron
por el timbrazo que sonó en la puerta de la casa.
Y
así fue como se abrió un abismo entre ellos, se rompió la comunicación para
evitar reproches, las parejas se aislaron y extrañamente también cada
individuo, no querían mirar atrás para no recordar.
Fernanda, te felicito, me ha gustado mucho este relato.
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