jueves, 17 de enero de 2013


SENTIMIENTOS: INFIDELIDAD
 

Como muchos otros sábados, estábamos dispuesto a salir y mi marido salvo quizás, por
una casi imperceptible gota de sangre que le cayó en el zapato afeitándose, estaba
impecable. Presentaba un aire fresco y renovado. El traje perfectamente planchado.
Había elegido la corbata exacta, la que mejor coordinaba con el resto de la vestimenta.
En el rostro lucía una de las mejores sonrisas que yo conocía, y nuestra habitación
emitía un olor exagerado a perfume.
 
                    Vestida para la ocasión, esperaba paciente sentada en una descalzadora
y observaba de reojo la expresión de su cara que cambiaba de un momento a otro y
mostraba unas veces alegría y otras ausencia e indiferencia; por lo que yo no tenía que
disimular, me ignoraba. Me daba cuenta que estaba muy nervioso. No paraba en ningún
lugar.
 
                     Un poco después, salimos de casa para encontrarnos con Juan y Pepi, una
pareja de amigos. Íbamos a cenar juntos en un restaurante cercano a nuestra vivienda.
En el corto trayecto apenas nos dirigimos la palabra.

                      Puntuales todos, llegamos al mismo tiempo. Nos saludamos mostrando una sonrisa fingida y durante la cena nos esforzamos para que la conversación fuera espontánea y distendida. Hablando del tiempo y el fútbol casi lo conseguimos. La cena se alargaba y las miradas que se intercambiaban mi marido y la amiga de vez en cuando, confirmaron mis sospechas. La memoria me hizo recordar por un momento, cuando muchos años atrás, era yo la receptora del mismo tipo de miradas. Estaba claro, allí sobrábamos dos personas, el marido de ella y yo.
                      De pronto sentí una sensación agradable: la conciencia se me liberaba.
 ¡Adios  remordimientos!...

                       Con la excusa de ir al servicio, salí del comedor y Juan, el amigo, se reunió conmigo unos segundos después. Teniendo en cuenta la situación, fuimos muy considerados con ellos, porque antes de desaparecer le dejamos al camarero para que se la entregara, una carta aclarándoles los motivos de nuestra actuación.
 
                        Y ya fuera, con la brisa de la noche dándonos en la cara, nos miramos felizmente y agarrados de la mano comenzamos a caminar.
 

           

 

 

 

 

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