SENTIMIENTOS: INFIDELIDAD
Como muchos otros sábados,
estábamos dispuesto a salir y mi marido salvo quizás, por
una casi imperceptible gota de
sangre que le cayó en el zapato afeitándose, estaba
impecable. Presentaba un aire
fresco y renovado. El traje perfectamente planchado.
Había elegido la corbata exacta,
la que mejor coordinaba con el resto de la vestimenta.
En el rostro lucía una de las
mejores sonrisas que yo conocía, y nuestra habitación
emitía un olor exagerado a perfume.
Vestida para la ocasión,
esperaba paciente sentada en una descalzadora
y observaba de reojo la expresión
de su cara que cambiaba de un momento a otro y
mostraba unas veces alegría y
otras ausencia e indiferencia; por lo que yo no tenía que
disimular, me ignoraba. Me daba
cuenta que estaba muy nervioso. No paraba en ningún
lugar.
Un poco después, salimos
de casa para encontrarnos con Juan y Pepi, una
pareja de amigos. Íbamos a cenar
juntos en un restaurante cercano a nuestra vivienda.
En el corto trayecto apenas nos
dirigimos la palabra.
Puntuales todos, llegamos
al mismo tiempo. Nos saludamos mostrando una sonrisa fingida y durante la cena
nos esforzamos para que la conversación fuera espontánea y distendida. Hablando
del tiempo y el fútbol casi lo conseguimos. La cena se alargaba y las miradas
que se intercambiaban mi marido y la amiga de vez en cuando, confirmaron mis
sospechas. La memoria me hizo recordar por un momento, cuando muchos años atrás,
era yo la receptora del mismo tipo de miradas. Estaba claro, allí sobrábamos
dos personas, el marido de ella y yo.
De pronto sentí una
sensación agradable: la conciencia se me liberaba.
¡Adios
remordimientos!...
Con la excusa
de ir al servicio, salí del comedor y Juan, el amigo, se reunió conmigo unos
segundos después. Teniendo en cuenta la situación, fuimos muy considerados con
ellos, porque antes de desaparecer le dejamos al camarero para que se la
entregara, una carta aclarándoles los motivos de nuestra actuación.
Y ya fuera, con la
brisa de la noche dándonos en la cara, nos miramos felizmente y agarrados de la
mano comenzamos a caminar.
Fernanda, me encanta este relato, cada vez lo haces mejor.
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