Era la mañana de un domingo y visité a mi madre como acostumbraba. Después de saludarla y charlar con ella cogí el periódico de encima de la mesa y me puse a leerlo en el sofá al lado de ella. Estaba cosiendo el bajo de una falda, pensativa y cabizbaja, su semblante era muy triste.Seguro que estaba recordando,como siempre, lo feliz que era con mi padre cuando yo era pequeño y como la vida posterior la había tratado con dureza. Presentía que de un momento a otro me lo iba a contar de nuevo. Cuando la oigo decir:" Además, el pollo rebozado siempre humea demasiado". Levanté los ojos del periódico,le miré, su cara permanecía inexpresiva y me reí. Nunca había escuchadouna frase así en su boca, tan fuera de lugar;creí que era una broma y me hizo gracia.Pero frases como esa se repetían con mucha frecuencia según iban pasando los días, para entonces ya dejaron de parecerme graciosas y comenzaron a preocuparme.
Con mucho cariño, le propuse ir a visitar a un buen amigo de la familia que hacía tiempo que no veiamos: Y una mañana nos acercamos, previo aviso, hasta su casa. Iba contenta y a la vez tranquila. Le observó y habló con ella a solas, durante bastante tiempo. Cuando salió parecía animada e incluso rejuvenecida. Una vez acabada la consulta nos marchamos para casa y esperé la llamada del doctor que no tardó mucho tiempo en hacerla.
Pues a tu madre aparentemente no le pasa nada, lo único que tiene es que se encuentra muy sola y sus salidas de tono, según he podido comprobar son simples llamadas de atención.
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