NOTAS DE MIS VIAJES II . POR LA VERA
Desde que pensé ir a Jarandilla hasta que tomé la decisión pasaron varios días; la idea
De montar en autobús en Plasencia para que me llevara allí, no era del todo de mi agra-
do, pero sí necesaria, lo que contribuyó a que esa idea se afianzara.
Por teléfono una voz de hombre me informó el día antes, a qué hora salía el
primero de la mañana. Para no perderlo fui temprano hasta la estación. Quizás
demasiado pronto .Allí no había nadie . El silencio lo invadía todo. Una luz tenue
iluminaba parte de la estancia. Vagabundeé por el lugar de las ventanillas, estaban
cerradas. Sentí en ese momento una mezcla entre miedo y recelo. Allí me encontraba
sola, observando unas fotografías colocadas en unos paneles, como única manera
de entretenerme, pero no podía impedir que creciera en mí la desconfianza.
De repente, apareció un señor. Le pregunté y me dijo que el coche estaba al llegar.
El billete se adquiría en ruta. Quedé mucho más relajada, sólo era cuestión de esperar.
A las siete y cuarto llegó. La puerta se abrió. Subí al autocar. Saludé al conductor y él
me entregó el billete. Una vez en el asiento miré por la ventanilla pero devolvió
reflejado mi rostro. No había amanecido aún, cuando emprendimos el viaje
el conductor , un hombre joven, muy atento y yo .Ninguno de los dos teníamos ganas
de hablar, a esas horas daba pereza.
Poco después como una visita risueña, se hizo patente la luz del día invadiendo
e iluminando todo lo que me rodeaba. Por la radio emitían noticias, no demasiado
buenas por cierto, alternándolas con música agradable, lo que permitía estar a gusto,
sin tensión, a pesar de los silencios.
En la carretera de la Vera ya, se adentró por una desviación a la izquierda, hacia
Arroyomolinos, . La calzada era más estrecha, estaba recién arreglada. El puentecillo sobre una garganta lo habían abierto al tráfico esa misma mañana, según comentó el conductor.
En Arroyomolinos en una calle empinada, tres personas esperaban en la parada del
Autobús .Era el mes en el que se empieza a adormecer el mundo vegetal, septiembre. El cielo estaba lleno de espesos nubarrones, los tejados húmedos por las primeras
y mimosas lluvias del otoño.
- ¡Vamos! ¡Vamos! ¿A qué estáis esperando? ¡Que nos tenemos que ir ! les
dijo gastándoles bromas y ellos salieron corriendo siguiéndole el juego.
Subieron al autocar y desde ese momento la conversación se animó hasta parecer
una tertulia entre amigos.
- Que si va a llover más, que los higos se van a estropear.
- ¡Pues no creas! Que si se cogen enseguida se los lava, se ponen a secar y quedan
estupendos.
- Y a las aceitunas les viene muy bien.
Así entre conversación y chascarrillos llegamos a Pasarón un pueblo precioso.
Según se abrieron las puertas del vehículo entró una ráfaga de olor a hojas podridas,
a tierra mojada, a musgo, a leña quemada . Y Luis, que así se llama el conductor,
comenzó a decir con gran algarabía ¡Ahí va, el hombre del saco! con el miedo que
me daba de pequeño. Y decían que no existía. Mira, mira si existe. Y subió entre otras
personas un hombre mayor, enjuto, encorvado con un saco de manzanas al hombro para
su hija, comentó él. Una de las señoras que acababa de subir preguntó a Luis que si iba
a Talavera de la Reina. A lo que contestó que no, sólo hasta Navalmoral, allí tendría que
tomar otro autobús. Cuando habíamos recorrido varios kilómetros se lo volvió a
preguntar. Este levantando la mirada dijo: ¿cómo tienes la cabeza?
- Yo lo he preguntado por si habías cambiado de opinión.
- Lo que debes hacer es comprarme un botijo en Talavera.
- ¡Eso está hecho! Cuando vuelva te lo traigo.
Pasamos por varios pueblos más. Por la ventana se veían los huertos cuidados, los
pequeños prados con las vacas paciendo tranquilamente, y los terneros saltando y
jugando sobre la hierba húmeda. Esta imagen se repetía con algunas variaciones de
paisaje en cada uno de ellos : Tejeda del Tietar, Torremenga, Jaraiz y en Cuacos de
Yuste recogió a un señor también mayor, un poco sordo, lo deduje por las voces que
le daba Luis y llamándole por su nombre, le preguntó por su hija y por la novia, lo
primero le contestó y lo segundo no, alguien comentó que eso no interesaba oírlo.
Atravesamos el siguiente pueblo Aldeanueva de la Vera y llegamos a mi
destino, Jarandilla. Antes de llegar, desde lo alto se veía una mole de piedra, el
castillo de los Condes de Oropesa, hoy Parador Nacional de Turismo, rodeado de
montañas y el pueblo sintiéndose seguro junto a él, cubierto parcialmente por la
niebla.
Luis, de lo poquito que hablamos cuando íbamos solos, me comentó que
había estado conduciendo por varios países europeos y que cansado de esos viajes tan
largos se estableció en Plasencia para llevar la ruta de la Vera. Este paraíso entre
montañas, de pueblos con encanto, bosques de robles, gargantas y fértiles vegas, por no
hablar de su clima y del carácter noble de sus gentes, todo esto le tienen enamorado
y vive feliz.
Me dio pena acabar el viaje, fue tan entrañable e instructivo... Había
entrado en una tertulia espontánea, con gentes de generaciones distintas, con una
filosofía añeja y sabias palabras que de una manera sorprendente en tan poco tiempo, dos horas, ejercieron sobre mí un efecto de bálsamo, de limpieza emocional y me
produjeron sensaciones olvidadas. Cuando descendí del autobús el viento de las
montañas, acompañado de pequeñas gotas de agua me dio en la cara y después de
contemplar el paisaje, los tejados oscuros, el cielo gris, inspiré y espiré el aire fresco
levantando el rostro.
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